El coaching ontológico, una disciplina al servicio de la recuperación de nuestro potencial transformador.
Rafael Echeverría, Ph.D.
Presidente de Newfield Consulting
Muchos se preguntan por el sentido del término “ontológico” y quizás sea conveniente comenzar por allí. Para los antiguos, ontología significaba la concepción que tenemos sobre la realidad. En esa línea, Aristóteles, filósofo antiguo, definía ontología como la “teoría del ser en cuanto ser”. Pero con la Modernidad esta acepción del término se modifica. El moderno considera ingenua la pretensión de los antiguos de dar cuenta de la realidad directamente, tal como ella es, y sostiene que nuestra concepción de la realidad remite término a la interpretación que tenemos sobre el ser humano. Desde entonces, lo ontológico designa nuestra concepción del fenómeno humano, a partir de la cual desarrollamos nuestra concepción de la realidad. En esa línea, Heidegger, filósofo moderno, define ontología como “la respuesta que damos a la pregunta sobre el ser que se pregunta por el ser”. Y este primer ser al que Heidegger se refiere no es otro que el ser humano. Éste es el sentido nosotros que le conferimos al término “ontológico”.
A partir de lo anterior, el coaching “ontológico” apunta en dos direcciones diferentes. En primer lugar, a su punto de arranque. El coaching ontológico es una disciplina que se sustenta en una determinada interpretación del fenómeno humano, interpretación que hemos bautizado con el nombre del discurso de la ontología del lenguaje. En segundo lugar, lo ontológico apunta a los resultados que esta disciplina es capaz de generar. Se trata de una práctica capaz de producir transformaciones en el ser que hemos sido.
Sin dejar de reconocer importantes influencias recibidas tanto del desarrollo filosófico como científico, nuestra escuela reivindica haber lanzado el discurso de la ontología del lenguaje. No podemos decir lo mismo, sin embargo, sobre la disciplina del coaching ontológico. Cuando entramos en escena ya existía una práctica que era llamada “coaching ontológico”. Se trataba, no obstante, de una práctica marcadamente informal. Ella no tenía una clara referencia a un discurso riguroso e integrado; no se sustentaba en metodologías y procedimientos claros de intervención, capaces de producir resultados consistentes; tampoco disponía de una didáctica comprobada a partir de cual formar a los practicantes de este oficio; ni una base ética para el logro de lo que se proponía. Nuestra contribución ha sido la transformación de esta práctica informal en una disciplina rigurosa. Disciplina que, además de suplir cada una de las carencias apuntadas, tiene además un claro soporte institucional en la escuela que hoy conformamos.
El coaching ontológico da cuenta de una intervención de aprendizaje transformacional. Ello lo distingue de las prácticas terapéuticas. La persona a quién esta intervención se dirige, el coachee, está perfectamente sana, sólo que siente que por sí misma no le es posible realizar los desplazamientos que añora. Es propio del coaching ontológico la capacidad de identificar y disolver los obstáculos que los individuos encuentran para el cumplimiento de sus aspiraciones y anhelos, obstáculos que ellos por lo general no logran identificar ni mucho menos disolver por sí mismos.
El coaching ontológico es también diferente de una intervención instruccional. la que se rige por objetivos de aprendizaje pre-establecidos antes del inicio del proceso de aprendizaje. Para el coach ontológico, los objetivos a alcanzar los establece el coachee. Su rol se limita a facilitar el proceso que conduce a alcanzarlos. Este tipo de coaching es también diferente de los procesos de asesoría o consultoría. El asesor o el consultor suele proponer los caminos a seguir por su cliente.
Con frecuencia sostenemos que el coaching ontológico es un proceso de fenomenología asistida cuyo sujeto de reflexión es el coachee. El coach ontológico está allí para colaborar para que el coachee pueda observarse a sí mismo, de manera que le sea posible reconocer los obstáculos que le impiden tomar las acciones que lo conducirían a la realización de sus aspiraciones.
Para cumplir con esta tarea el coach ontológico sabe que la capacidad de acción del coachee para hacerse cargo de sus propios problemas y tomar las acciones que conducen al cumplimiento de sus anhelos, reside en dos condicionantes que definen su capacidad de acción. Ellos, sin embargo, suelen estar ocultos para el propio coachee. Nos referimos al tipo de observador que es el coachee y a los sistemas sociales por los que ha transitado.
Algunas palabras adicionales sobre estos dos condicionantes. La distinción de observador apunta a la particular manera de conferir sentido que caracteriza a un ser humano y desde la cual éste define sus comportamientos. Por lo general, tenemos una gran dificultad para observar el tipo de observador que somos. Nos sabemos observadores del mundo exterior, pero no somos adecuados observadores de nosotros mismos, del observador particular que somos y desde el cual los fenómenos externos son interpretados.
Por otro lado, tampoco somos suficientemente competentes para reconocer que nuestra manera de ser se ha constituido a partir de las relaciones que hemos establecido con los demás y al interior de los sistemas sociales en los que nos hemos desarrollado.
Observador y sistema son dos condicionantes por lo general ocultos de nuestro comportamiento y el coach ontológico sabe que al explorar en ellos le es posible identificar los obstáculos que limitando la capacidad del coachee de alcanzar sus anhelos y lograr un nivel superior de realización personal. Al no reconocer el papel de ellos, el coachee se ve severamente limitado en su capacidad de acción y en la realización de su potencial transformador.
Por otro lado, el coach ontológico sabe también que las limitaciones que enfrenta el coachee suele estar relacionado con determinadas “competencias conversacionales”. Esta es una de las distinciones claves del discurso de la ontología del lenguaje. Las competencias conversacionales han sido, por siglos, desconocidas. Ha sido sólo a partir del desarrollo de la filosofía del lenguaje, en la segunda mitad del siglo XX, que se reconoció que el lenguaje no era, como se sostenía, tan sólo pasivo y descriptivo. El lenguaje, hoy lo sabemos, es activo y transformador. El reconocimiento de que el lenguaje es acción, permitió acuñar el concepto de competencias conversacionales. A partir de él, hoy disponemos de un elemento clave para desentrañar el carácter de nuestras relaciones con los demás, nuestras modalidades de existencia, nuestras formas particulares de ser. Muchas de nuestras dificultades remiten a incompetencias conversacionales. La intervención del coach ontológico permite identificar en cuales de estas competencias somos deficientes y nos abre a la posibilidad de desarrollarlas.
Para avanzar hacia el cierre de esta breve presentación, podemos señalar que la disciplina del coaching ontológico se sustenta en tres principios básicos:
1. Todo lo que nos pasa, todo lo que hacemos, todo lo que nos afecta, – independientemente de los factores externos que puedan estar involucrados –revela y da cuenta de nuestra particular forma de ser.
2. Sin desconocer que todo ser vivo está determinado por su estructura biológica, los seres humanos somos también seres conversacionales. Ello nos abre a los tres componentes básicos de toda conversación: corporalidad, emocionalidad y lenguaje. Nuestra forma particular de ser se constituye, por lo tanto, en los juicios y las interpretaciones que desarrollamos, en la emocionalidad desde la cual operamos y en la manera como cada uno porta su cuerpo por el mundo. Es tarea del coaching ontológico construir una interpretación certera sobre la forma de ser del coachee, identificar su estructura tridimensional y, por sobre todo, identificar también sus límites.
3. Por último, afirmamos el poder transformador de nuestras conversaciones. La interacción de coaching ontológico es una práctica conversacional que hace uso del poder transformador de las conversaciones para así habilitar cambios en la forma particular de ser del coachee, de manera de que éste pueda superar los límites que le impedían alcanzar sus aspiraciones. El resultado de esta interacción le permitir al coachee ver lo que no antes no veía (transformación del observador) y, por sobre todo, tomar las acciones que antes no podía acometer, de manera que ello lo conduzca a la realización de sus deseos de realización personal.
Cerramos con un último comentario. El coaching ontológico es una disciplina que se sitúa en el dominio de la ética. Su objetivo es fortalecer el sentido de vida, contribuir a mejorar nuestras relaciones personales y nuestras modalidades de convivencia y de existencia. Como tal, busca conectarnos con nuestro inmenso potencial de transformación para incidir en el mejoramiento de nuestro entorno, disolver nuestras profundas capas de resignación en las que estamos, sin siquiera darnos cuenta, y acceder a formas de ser más expansivas y satisfactorias.
Siendo una práctica que opera en el dominio de la ética, ella es, por sí misma, una práctica que se somete a elevadas exigencias éticas. Por desgracia, ello no ha sido siempre así. Uno de los rasgos característicos de nuestra escuela ha sido su insistencia en las dimensiones éticas de nuestra disciplina. Ello incluye, entre otros factores, el valor irrestricto del respeto hacia el coachee, el papel insustituible de la confianza en la interacción, la humildad del coach sobre el carácter de sus interpretaciones e intervenciones. De allí que el éxito de una intervención de coaching ontológico descanse en la fortaleza de la conexión emoción al entre el coach y su coachee. Cuando ello no se logra, los resultados que el coachee espera difícilmente podrán ser alcanzados.